viernes, junio 07, 2013

La última conversión

Antes de que se cayera del caballo camino de Damasco, Pablo de Tarso había sido un furibundo perseguidor de los primeros cristianos: los acosaba, hostigaba, encarcelaba, torturaba…hasta participó en la lapidación del santo Esteban. Un prenda. Después del porrazo todo fue distinto: se dedicó a escribir cartas a medio mundo (romanos, gálatas, corintios, filipenses…) relatando las bondades del cristianismo. Nunca una caída de un caballo produjo un hecho de semejante trascendencia histórica.

En el concejal de IU del Ayuntamiento de Bollullos se está percibiendo en los últimos días una conversión parecida a la de Pablo, sólo que ésta no tiene su origen en un caballo sino en la caída de un guindo. Díganme si no son sorprendentes sus últimas declaraciones pacificadoras, conciliadoras, en un personaje que hasta hace menos de dos días había sido martillo de herejes, espada limpiadora y guardián de la revolución de “pitiminí”  de los jóvenes vigilantes de la fe. Otro prenda.

Menos mal que aún quedan algunos guindos por estas tierras.

3 comentarios:

  1. Me acuerdo cuando, por esta fecha, de niño iba al campo a coger guindas. Me gustaba ver el racimito con dos guindas rojas que uno se colgaba de la oreja.

    Estoy seguro que el niño del guindo ni a visto uno ni ha ido a coger guindas, eso si se ha caído varias veces y ahora está lamiendo la guinda del pastel.

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  2. Creo a mi modesto entender y lo que se palpa en la ciudadanía, que ya esta bien de buscarles siempre los cinco pies al gato, que supuesta mente la política es dialogar y no imponer.

    Esto va para todos por el bien de la política y de este caso de bollullos.

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  3. Hanibal, cuando pequeño vivía en una casa que tenía un pozo que compartía con la casa vecina (ahí empecé a comprender lo que era la distribución comunal de la propiedad). Junto al pozo, en la casa del vecino, había un guindo, un frondoso guindo que cada verano nos regalaba algunas ramas, que caían para mi casa, llenas de racimos de guindas que mis hermanos y yo comíamos con enorme alborozo (ahí empecé a comprender que lo que está en tu casa es tuyo).
    Cuando hacía alguna tontería, por no decir algo de más enjundia, mi madre, como hacían las madres de entonces, me castigaba. Y cuando llegaba mi padre del campo y le preguntaba a mi madre que qué había hecho el niño, ella siempre contestaba:
    -Este niño se ha caído hoy del guindo.
    ¡Imagínate todo lo que sé de este árbol y los efectos tras una caída!

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