Han transcurrido treinta y seis años desde que se
instauró en España la democracia con una monarquía constitucional como forma de
Estado, con un Rey impuesto y nunca sujeto a un referéndum de la ciudadanía.
Éste fue el principal precio que se pagó en el proceso de Transición de la
dictadura a la democracia, al no tener lugar la ruptura democrática y
articularse una reforma pactada.
La instauración de esta forma de la Monarquía de
Juan Carlos de Borbón fue acompañada, además, por la introducción en la
Constitución de 1978 de toda una serie de preceptos que configuran a dicha
institución con perfiles claramente antidemocráticos. La clave de bóveda de
esta grave contradicción constitucional radica en que el artículo 1.2 proclama
que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los
poderes del Estado”, y por otro lado el artículo 56, apartado 3, establece que
“la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”.
Flagrante vulneración del principio de igualdad entre todos los españoles que
proclama la misma Constitución.
Treinta y cinco años después de aprobada la
Constitución que ha regido desde entonces la vida de nuestra sociedad, tenemos
la firme convicción de que ha llegado el momento de poner fin a esta anomalía.
Es evidente que los escándalos de todo orden que han salpicado últimamente a la
Casa Real han contribuido a acrecentar la desafección entre la ciudadanía hacia
la persona del rey y su familia. Para nosotros, Independientes por Bollullos,
no es una cuestión de personas, sino de la institución monárquica en sí, a la
que consideramos obsoleta y contraria a los principios de la democracia,
conforme a la cual todos los que nos representan han de ser libremente elegidos
por el pueblo, incluido el jefe del estado.
Lo mismo que ayer, en 1931, nuestro llamamiento
va también dirigido hoy a los intelectuales- escritores, periodistas,
artistas-, a los que desempeñan tareas docentes desde la escuela primaria a la
Universidad, a los que ejercen profesiones liberales- médicos, ingenieros,
arquitectos, abogados-, a los integrantes de la decisiva comunidad científica,
a los que ocupan cargos en la función pública, y, por supuesto, a la clase
trabajadora, que fue y sigue siendo la que más soporta el peso de las
injusticias y desigualdades del sistema. Y, de manera muy particular, a las
generaciones jóvenes que no participaron en la discusión y aceptación de la
Constitución de 1978, pero cuyas consecuencias padecen como el resto de la
sociedad.
Ha llegado el momento de que los españoles
decidamos en plena libertad el régimen que deseamos para España. Por ello,
pedimos la convocatoria de un referéndum, en el que se tenga la posibilidad de
elegir libremente entre Monarquía o República. En el caso de triunfar esta
última opción, se abriría un periodo de Cortes Constituyentes, en el que se
elaboraría una nueva Constitución y se procedería después a la convocatoria de
elecciones para la formación de un nuevo Parlamento como representante de la
soberanía popular. La Constitución que se adopte debería prever las modalidades
de elección del Presidente de la República del nuevo Estado, que adoptaría la
forma de República federal.
La III República ha de ser la obra de todos los
españoles, hombres y mujeres, en un esfuerzo común por dotar a nuestro país de
un Estado que esté en consonancia con nuestro tiempo. Una de las mayores
preocupaciones de los hombres y mujeres de la II República fue la moralización
de las instituciones y de la vida pública degradadas por un sistema, también
bipartidista, que desembocó en la primera dictadura militar del siglo XX
amparada por el monarca Alfonso XIII. Obviamente, entre las tareas primordiales
del nuevo régimen republicano figurará el objetivo de apostar por la igualdad
social. También la consecución de un moderno Estado de Bienestar asentado en
una fiscalidad progresiva más justa cuyas conquistas sociales hagan pasar a la
historia las hasta ahora conseguidas.
La III República no es una quimera, no es una
utopía. Es una necesidad para la regeneración democrática. Y puede ser una
realidad, si todos nos unimos y luchamos juntos por conseguirlo. Sin olvidar
las experiencias republicanas del pasado, la III República ha de mirar hacia el
futuro.
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